Olga era una iguana que hacía parte de una remota y desconocida comunidad de iguanas verdes llamada “Iguanandia”, donde vivía con sus padres, hermanos, tíos y abuelos.
Iguanandia era un lugar recóndito y extraño para los seres humanos. Todos los habitantes vivían muy seguros, confiados y tranquilos porque todo era apacible, nadie corría ningún tipo de riesgo, y las labores, funciones y rutinas eran siempre las mismas, tanto para las iguanas adultas, como para las jóvenes, adolescentes y pequeñas.
Las necesidades básicas de comida, vivienda, salud, trabajo, y educación, eran de buena calidad y estaban aseguradas para todos. Las relaciones siempre eran cordiales entre toda la comunidad, al punto que no existía ni policía, ni autoridades, ni jueces, ni nada similar, puesto que no había diferencias ni conflictos. En Iguanandia se respiraba en paz, orden y armonía, y todo se vivía siempre de la misma forma.
Pero Olga era una joven Iguana que no pensaba ni sentía lo mismo que los demás. Desde pequeña siempre se había cuestionado si podría haber una forma diferente de vida a su comunidad, si existían otras formas de pensar, otro tipo de culturas, otros alimentos, otros lugares, e incluso si habría seres totalmente diferentes a la especie iguana verde.
Y aunque Olga como todos, vivía en óptimas condiciones, en el fondo de su corazón no se sentía completa, pues de alguna manera creía que aunque no lo hubiera vivido, ni nadie se lo hubiera contado, la vida necesitaba de los contrastes y los opuestos, que se podía vivir de la incertidumbre y de lo desconocido, que siempre podía haber algo nuevo o diferente para aprender y descubrir, y que los riesgos y desafíos eran también necesarios para sacarle más provecho a la vida.
Cada día que pasaba Olga sentía como todas estas ideas cobraban más fuerza en su corazón, al punto que comenzó a sentirse un poco abrumada y estancada en Iguanandia.
Una noche, acostada en su cama mientras se quedaba dormida, se dispuso a contemplar las estrellas a través de su ventana, cuando de repente vio pasar una potente y luminosa estrella por el firmamento. Fue tan grande la conexión que sintió con el cosmos, que cerró sus ojos y pidió desde su corazón, tener la posibilidad de vivir algo nuevo y diferente a lo que estaba acostumbrada en su aldea. Tras ese sublime deseo, Olga cayó dormida, abrigada por esa gran estela cósmica.
Al siguiente día Olga despertó muy temprano, para comenzar la jornada del día. Abrió la ventana, como usualmente lo hacía cada mañana, y de inmediato vio como en el cielo se formaban varias palabras formadas por las nubes, en las que claramente se leía:
“Olga, estás dispuesta a vivir la aventura de la vida que deseas? Si es así, se te ha otorgado el regalo estelar de vivir 24 horas fuera de Iguanandia, pasado este tiempo regresarás a tu hogar luego de haber conocido lo desconocido. Si estás dispuesta a ello, prepara lo básico para este viaje y preséntate en el gran lago del bosque, para iniciar la gran aventura”.
Olga no cabía del asombro, aunque en el fondo su parte pensante y racional se preguntó: ¿Quién me estará jugando una broma como esta? ¿Alguien me habrá escuchado en mis propias cavilaciones y pretende burlarse de mí? Pensamientos como estos rondaron en la mente de Olga durante ese día, pero también esos otros que la impulsaban a lanzarse, creer y aceptar que esa propuesta cósmica sí era real, y que era una oportunidad grandiosa para vivir lo que tanto añoraba desde hacía mucho tiempo.
Y aunque se inclinó más hacia el creer que si podía ser cierta esa fantástica oportunidad, al rato le surgió una nueva preocupación: ¿Qué le diría a sus padres?, ¿a sus hermanos, a sus amigos?. ¿Qué explicación les daría, la tomarían por loca?. Tras pensar y pensar, decidió que lo mejor era dejarles una nota informándoles que estaría fuera 24 horas por los bosques de Iguanandia realizando algunas labores botánicas encargadas por la Universidad.
Fue así como Olga atendiendo las recomendaciones del mensaje, se presentó al lugar indicado, y aunque con un poco de miedo y de cierta incredulidad, estuvo dispuesta a asumir cualquier cosa que resultara de esa enigmática cita.
Tan pronto la iguanita llegó al lugar, la magia inmediatamente surgió. Frente a ella comenzó a vislumbrarse una puerta de luz incandescente, desde la cual, a pesar de que no había nadie, ni una voz que le hablara, se le invitaba a que traspasara aquel portal. Al hacerlo, llegó a un bosque gigante, lleno de una hermosa y exótica vegetación, donde se respiraba otro aire, y cuyo paisaje y atmósferas aunque extraños para ella, a la vez se tornaban fascinantes. No sabía en donde se encontraba, pero lo que si sabía era que estaba dispuesta a aprovechar al máximo esas 24 horas de vida desconocida.
Esta historia continuará….. ( lee la segunda parte).