Por qué decidí hablar sobre árboles?, muy posiblemente porque a lo largo de mi vida y en especial este año, me han inspirado, abrigado y enseñado nobles verdades. Este escrito no es más que un homenaje de amor y gratitud hacia ellos.
Primero pensé en plasmar hechos significativos de árboles en la historia universal, como el mencionar por ejemplo al árbol de Bodhi, uno de los árboles más venerados de Asia, bajo el cual Buda se sentó 7 días a meditar y alcanzó la iluminación, hacer también alusión al árbol Yggdrasil, el gran fresno de la cultura nórdica y vikinga, considerado el árbol sagrado del mundo que conectaba los diferentes reinos del mundo, como el de los dioses, las hadas y los humanos, y por supuesto, como no mencionar al árbol sagrado del Jardín del Edén, muy conocido y de gran importancia para religiones como la judía y la cristiana. Cabría también hacer alusión a la mitología griega, para referirme a Las Driades, las diosas que se encargaban de cuidar los árboles y bosques.
Podría seguir exponiendo ampliamente muchos más hechos de contenido histórico, cultural, científico, espiritual o mitológico sobre los árboles, sin embargo, pienso que la mejor manera para rendirles un tributo personal, es haciendo alusión a mis propias vivencias con ellos. Me dispondré entonces a relatar algunas de ellas.
Si me preguntaran cuál es el primer recuerdo que tengo con un árbol, evoco inmediatamente la finca de mis abuelos paternos donde por muchas temporadas mis hermanos, un primo y yo, pasábamos las vacaciones de nuestra infancia .
Recuerdo que muchas veces pasé las duras y las maduras en el trayecto hacia la finca de los abuelos, pues había que hacer un viaje largo con mucha de la carretera sin pavimentar, por lo que más de una vez llegaba mareada luego de aquella travesía hecha desde el jeep de papá, quién se encargaba de llevarnos tan pronto se terminaba el semestre escolar, y luego de recogernos aproximadamente un mes después junto con mamá.
Pero eso sí, aquellas sensaciones viscerales poco agradables desaparecían tan pronto entraba en contacto con el lugar, al saludar con emoción a los abuelos y recibir la bienvenida apoteósica de Cuky, Mirsa y Laica, los perros de la finca que por mucho tiempo nos acompañaron y atestiguaron muchas de nuestras travesuras en aquellas estancias.
Recuerdo como el abuelo, a los pocos días de nuestra llegada, se ponía a la tarea, además de obsequiarnos nuestras anheladas “alpargatas” (calzado típico propio de diferentes zonas de América), de hacer para cada uno un columpio en un árbol diferente de todos los que había en el vasto terreno de la finca. Me quedé con la idea de haber tenido el privilegio de tener un árbol para mí, pero sobre todo de haber contado con este admirable ser natural que se convirtió en guardián de mis juegos y abrazador de mis balancines a través del columpio que él sostenía para mí.
Si me remito a la época de mi adolescencia, los árboles también jugaron un papel protagónico en ella, esta vez a través de los viajes hechos a la casa de campo de mis abuelos maternos. En aquella época de cierta rebeldía y redescubrimiento de mi propia identidad, ir a visitarlos era una especie de ritual de desconexión de las preocupaciones mundanas, las obligaciones escolares, y especialmente de todo lo que por ese entonces me agobiaba de adolescente, que en síntesis no era otra cosa que el torbellino de las emociones que se iban despertando en mí.
Recuerdo claramente sentir el cálido recibimiento de mis abuelos, compartir maravillosamente un tiempo con ellos, dormir de manera plácida hasta tarde y despertar feliz con el olor sublime del chocolate caliente y el zumo de zanahoria y naranja que con todo el amor me comenzaban a preparar desde temprano.
Las tardes se convirtieron en una oportunidad para experimentar un espacio sin tiempo, pues éste para mí dejaba de existir cuando comenzaba mi andar sin un rumbo fijo, donde tan solo llevaba las ganas de caminar en mi corazón y la música en mis oídos a través de mis viejos walkman que siempre llevaba conmigo.
Luego de varias caminatas dadas, terminé por encontrar en aquel tiempo, un lugar donde comencé a explorar lo que era un avistamiento natural: con la presencia del agua cristalina del río, las ardillitas que hacían todo un espectáculo de brincos y malabares, las plantas y flores que reverdecían e iluminaban el lugar, y por supuesto los árboles, con toda su magnificencia imponente y a la vez apaciguada.
Fue en ese entonces, cuando comencé a apreciar con más profundidad la belleza y perfección de la naturaleza, pero sobre todo fue desde el susurro de los árboles, cuando comprendí que había algo llamado mundo interior, silencio, serenidad y contemplación.
Ahora también entiendo por qué cada vez que quiero adentrarme en un espacio interior de más calma y sosiego, cierro los ojos y lo primero que imagino, es que estoy sentada bajo un gran árbol en postura de meditación, donde la magia ocurre de inmediato: al sentir nada más que estoy realmente allí, y que el espíritu de ese árbol comienza a aflorar en mi corazón.
No es casualidad tampoco, por qué dentro de mis prácticas de yoga, hacer la postura del árbol (Vriksasana), se convirtió en una de mis asanas (postura) favoritas con las cuales puedo más fácil conectar mi mente a mi cuerpo, y éstos a mi corazón. Simplemente puedo decir que construir esta postura, me hace sentir y recordarme como el árbol que soy: firme en sus bases, sostenida en la confianza y mi propio equilibrio, para desplegar ampliamente todos mis frutos, que no son otra cosa que el resultado de mis propósitos y anhelos.
Hoy en día, es inevitable abrazar a mis amigos arbóreos cuando visito un espacio natural, sea el que sea, desde un parque de mi ciudad, hasta todos esos lugares y bosques que he tenido la oportunidad de conocer, como lo fueron este año los bosques de Helsinki en Finlandia, en los que hicimos fantásticas caminatas con mi familia, y de los que aprendí datos asombrosos por medio de mi hermana, otra ferviente amiga de los árboles, como el hecho de saber la diferencia entre un pino o un abeto a través de la forma de sus frutos, o el relevante dato familiar de que es el fresno el árbol de cuyo origen etimológico procede el nombre de mi apellido.
Son muchas las enseñanzas que puedo extraer a partir de mis vivencias con los árboles, pero tan solo, y para concluir me referiré a una muy especial y que se podría resumir en una frase tan clara y simbólica que la cultura Maya utilizó para saludar y despedirse, y que en mi opinión, a su vez encierra un principio de amor universal:
In Lak´ ech Hala Ken
( Yo soy tu, tu eres otro Yo)
Finalmente, me gustaría preguntarte: ¿ y si los árboles te hablaran, que crees que te dirían?